Cúcuta, 5 de abril de 2007


Algo que caracterizaba a ese Caracas era la tranquilidad con la que asumía los compromisos. En el hotel Casino el ambiente no era el de un partido definitivo, pese a que a todas luces lo era. Todos seguían el cronograma preestablecido, intentando mantener la calma, pese a la inminente cercanía del cotejo.

Pocas cuadras más allá, en el hotel Bolívar, las miradas de los curiosos, los micrófonos, las fotos y todo lo demás, lo acaparaba River Plate. El equipo argentino estaba obligado a ganar… el venezolano también.

La Copa Libertadores de 2007 había sido hasta ese momento una de las más memorables para el club capitalino. Le había ganado un encuentro sin mucho brillo a la Liga de Quito, antes de convertirse en el primer conjunto de su país en ganar en Buenos Aires. Luego, a instancias del cuadro millonario, perdió su sede del estadio Brígido Iriarte y tuvo que optar por jugar como local en el extranjero.

Cúcuta, Colombia, fue por unas semanas la casa del rojo, a falta de una sede mejor en una Venezuela en obras de cara a la Copa América. Allí, Alexis Sánchez con Colo Colo le había dado un fuerte golpe antes de que creyese que vivía un interminable cuento de hadas. La vuelta en Santiago desencadenó una derrota polémica, con un penal en contra en la última jugada y el afán de demostrar más de una cosa ante los argentinos en el General Santander.

COMPLETAR LOS 18

Esa mañana, una de las preocupaciones, tras haberse preparado a conciencia el partido ante River, era completar el plantel. Jorge Zurdo Rojas, Luis Pájaro Vera, Iván Champeta Velásquez y Edder Pérez habían sido suspendidos el día anterior por los incidentes en Chile, con el equipo ya concentrado en la ciudad colombiana.

De emergencia, fueron llamados Jorge Casanova y Pedro Depablos para plenar la convocatoria. Llegaron desde Caracas justo a tiempo para comer, unirse a la concentración y estar en el banquillo esa noche en el estadio.

Esta vez, en Cúcuta toda la atención estaba centrada en el partido, no como en la anterior visita roja, día en que el Cúcuta Deportivo visitó a Cerro Porteño. Desde temprano, la gente se ubicó en los alrededores, venezolanos y colombianos por igual. Una tribuna, la occidental, fue para los seguidores del Caracas y la oriental, enfrente, para los de River.

Con cuatro variantes obligadas en el once inicial, Noel Sanvicente y su plantel arribaron al estadio. El visitante, sacando cuentas por una goleada de Colo Colo a la Liga que no le permitía perder ante su rival, llegó con el seguimiento mediático habitual. Pocas cabinas, bastante público, mucho calor. Fueron pasando las horas y llegó el momento del partido.

UN ZURDAZO Y DOS ERRORES

River apretó en el inicio, pero José Manuel Rey se consiguió con un rebote a la salida de un corner y de zurda clavó la pelota en un ángulo ante la incredulidad adversaria. Todos en el Caracas se desahogaron con un grito contenido por meses, días y las más recientes horas. El conjunto venezolano no perdió la compostura, excepto en la jugada del empate argentino anotado por Ernesto Farías.

Luego, los errores hundieron a los sureños y le dieron una oportunidad histórica a su antagonista, que no desaprovechó. Dos veces, Habynson Escobar, uno de los suplentes que cubrieron las cuatro inesperadas ausencias avileñas, venció al portero Juan Pablo Carrizo, con la mirada cómplice, desconcertada, del resto de su defensa.

El segundo tiempo hizo su pequeño aporte al relato de lo que fue aquella noche del General Santander con Caracas aguantando el desorden riverplatense, que en un diez contra diez –Franklin Lucena y Víctor Zapata se habían hecho expulsar poco después del tercer gol rojo- se sumergió poco a poco en la impotencia. El final fue un pequeño éxtasis venezolano.

TRANQUILIDAD

Caracas esperó por años pasar a los octavos de final de la Libertadores, ganarle a uno de los grandes del continente y darse a conocer fuera de las fronteras de su país. Por eso el abrazo entre los jugadores, por eso los innumerables gestos apuntado al cielo en señal de agradecimiento, por eso el cerrado aplauso de todos en el estadio.

“Lo mismo que el Caracas, un gol de 50 metros”, intentó resumir Leonardo Ponzio, uno de los más deslucidos jugadores de River, ante la pregunta periodística que intentaba conseguirle una explicación a la eliminación, el qué le faltó al equipo, la derrota a manos de un rival venezolano.

La desazón argentina en un sector del estadio y en el otro la tranquilidad que da cumplir un objetivo. Como cualquier día de partido en una cancha doméstica, los jugadores avileños hablaron con la prensa, fueron al camerino, se cambiaron, saludaron a quienes se acercaron a hacerlo, abordaron el autobús y cubrieron las escasas cuadras hasta el hotel.

Allí, un solo momento diferente, en la cena, lejos de todos. Una celebración íntima, con la ilusión de seguir más adelante en la Copa. Mientras, la noticia le estaba dando la vuelta al mundo: contra todo, Caracas acababa de escribir una de las páginas más brillantes de la historia del fútbol venezolano.

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