En el Viejo Parque

La hazaña de Egan Bernal, a pocos días de haber ocurrido, es difícil de asimilar. El deporte latinoamericano obtuvo uno de los mayores logros de su historia, de eso no cabe duda. Para Colombia significó la culminación de un recorrido de varias décadas, desde la formación de un ciclismo localmente competitivo, pasando por la incursión internacional y la consolidación de ídolos y logros, hasta llegar a la conquista de las tres grandes carreras de la escena mundial. A los latinos y a los europeos les ha tocado lidiar con dos décadas de amargura y prejuicio. Héroes y victorias cuestionadas, algunas veces con razón, otras sin ella. Bernal en el Tour y Carapaz en el Giro traen una respuesta promisoria a los cuestionamientos. Una fortaleza para que se consolide es la humildad del ciclista sudamericano. Un deportista hecho la mayor parte de las veces para el sufrimiento y la gesta, todavía un tanto alejado de los casi incontables millones y flashes de otros deportes. Pese a

Brasil se impuso como local en la Copa América, en una edición que refleja varias condiciones del fútbol continental que se intentan dejar en la sombra y requieren una revisión. En Sudamérica hay una forma de jugar, tan poco vistosa como en otras regiones del mundo pero más vehemente. La carga épica sigue soslayando la expresión actual del juego, donde cuenta mucho lo que se hace con y sin la pelota. El trámite de muchos de los partidos observados en canchas brasileñas osciló entre el desorden y la parsimonia. Ningún equipo terminó imponiendo claramente sus condiciones, más allá de que se coronó el más regular de los participantes. Junto a esto, se alabaron situaciones como el marcado sentir defensivo venezolano o la respuesta moral argentina. Brasil, Uruguay y, por momentos, Colombia intentaron jugar, pero las carencias que afloraron hace un año en el Mundial permanecieron. Ni siquiera las individualidades pudieron salvaguardar el honor continental. Messi habló má