El gran partido que no llega
Se han jugado 16 jornadas. Sin embargo, aún el Apertura no ha entregado un partido para el recuerdo, auténticamente bien jugado, sin muchas lagunas en sí mismo. Y para que esto cambie apenas queda una jornada, en un torneo que no difiere de la pobreza de semestres pasados.
Emociones –transitorias emociones- sí las hubo. El puntero del campeonato cambió varias veces, ya se jugó el clásico nacional, varios partidos fueron una repartición de goles. Lo que sigue faltando es un despliegue futbolístico claro, que llene los sentidos del que va al estadio, del que lo sigue por radio o televisión.
La final de ida de la Copa Venezuela puede servir como ejemplo de lo que aspira y no alcanza el fútbol profesional criollo. Un duelo táctico en el que no se deja de lado el buscar el arco contrario, con alto ritmo de juego y arriesgando lo suficiente para que el público se dé por satisfecho. Un ratificatorio gol para el recuerdo llegará solo, como pasó en aquella oportunidad.
Esa noche de Pueblo Nuevo fue un oasis. Mientras, los lugares comunes justifican los deficientes rendimientos. En agosto, se habla de la culminación de la pretemporada. En septiembre, de consolidar el equipo. En octubre, de la acumulación de partidos. En noviembre y diciembre, o se juegan finales o se empieza a ver lo que será el siguiente torneo.
Todo tiene una explicación. Cunde el conformismo: se juega con más espacios que presión, se mantiene un puñado de elementos tácticos que por lo regular dan resultado, se prueban juveniles hasta que alguno se convierte en un acierto, se intenta adjudicar al arbitraje y el estado de las canchas lo que no encaje.
El tiempo pasará. Habrá un campeón, algunos quedarán comprometidos con no descender y se empezará a planificar el semestre siguiente. Pero ese encuentro que reabra la esperanza de que el torneo venezolano apuntará a ser un buen espectáculo aún no hace acto de presencia.
Esta columna fue publicada -en una versión reducida- en "Líneas de fútbol", en el diario 2001, el 6 de diciembre de 2013.
Emociones –transitorias emociones- sí las hubo. El puntero del campeonato cambió varias veces, ya se jugó el clásico nacional, varios partidos fueron una repartición de goles. Lo que sigue faltando es un despliegue futbolístico claro, que llene los sentidos del que va al estadio, del que lo sigue por radio o televisión.
La final de ida de la Copa Venezuela puede servir como ejemplo de lo que aspira y no alcanza el fútbol profesional criollo. Un duelo táctico en el que no se deja de lado el buscar el arco contrario, con alto ritmo de juego y arriesgando lo suficiente para que el público se dé por satisfecho. Un ratificatorio gol para el recuerdo llegará solo, como pasó en aquella oportunidad.
Esa noche de Pueblo Nuevo fue un oasis. Mientras, los lugares comunes justifican los deficientes rendimientos. En agosto, se habla de la culminación de la pretemporada. En septiembre, de consolidar el equipo. En octubre, de la acumulación de partidos. En noviembre y diciembre, o se juegan finales o se empieza a ver lo que será el siguiente torneo.
Todo tiene una explicación. Cunde el conformismo: se juega con más espacios que presión, se mantiene un puñado de elementos tácticos que por lo regular dan resultado, se prueban juveniles hasta que alguno se convierte en un acierto, se intenta adjudicar al arbitraje y el estado de las canchas lo que no encaje.
El tiempo pasará. Habrá un campeón, algunos quedarán comprometidos con no descender y se empezará a planificar el semestre siguiente. Pero ese encuentro que reabra la esperanza de que el torneo venezolano apuntará a ser un buen espectáculo aún no hace acto de presencia.
Esta columna fue publicada -en una versión reducida- en "Líneas de fútbol", en el diario 2001, el 6 de diciembre de 2013.
Comentarios
Publicar un comentario