Take This Waltz



No conocía a Leonard Cohen. No sabía que sería la puerta de entrada a un episodio inolvidable en mi vida.

Un día cualquiera, un chat cualquiera. Antes, las vidas se cruzaban de otras maneras. Hoy los medios son poco físicos, evidentes, pero pueden conseguir los mismos efectos.

Entre tantas conversaciones simultáneas, surgió una entre nosotros. Y luego de las formalidades habituales, ella me envió un enlace.

"Take This Waltz", es una canción de Cohen que proviene de uno de los poemas de su admirado García Lorca. Lorca se llama su hija, como agradecimiento al movimiento que produjo en su vida aquel autor.

La canción fue el punto de partida. Ante lo nuevo muchas veces no se sabe qué hacer. No hubo tiempo para formular una respuesta, un comentario que me salvase, que no cerrase el chat. De inmediato vino una reflexión suya. De inmediato supe que estaba en una conversación distinta a otras.

Pocos minutos después envió una imagen. Esta vez era una obra de un artista irlandés. Nuevamente un comentario, para darle significado a lo que veía. A esa altura luchaba con las pocas armas que tenía para mantenerme en pie. Pero era imposible abandonar la conversación.

Ella no bajó el ritmo. Me iba develando detalles. Cada frase, cada párrafo entregaba y entregaba información. Al mismo tiempo pedía mi interacción, mi aprobación en algunos casos, mi desaprobación en otros.

Estaba sorprendido. Y acuñé una frase que me repetí pocas veces desde entonces para referirme a alguien: "Es un reto intelectual para mí".

En las siguientes semanas, cada vez que conversábamos había algún elemento que hacía sentir que era algo diferente, profundo, valioso.

Sin darnos cuenta, empezamos a intercambiar opiniones del mundo que nos rodeaba. Sin importar que, literalmente, teníamos un mar de por medio entre ambos. Eran radiografías cada vez más precisas del uno hechas por el otro.

Las conversaciones se hicieron casi diarias. Sin embargo, lo que me decía se tornó poco a poco más oscuro, triste. Ella no era feliz. Estaba lejos de todo lo que le podía dar sentido a su vida, incluso de la persona que leía sus historias ávidamente desde hacía unas semanas.

Podía oír sus palabras, casi entrecortadas, como si me las dijese sentada junto a mí. Y con cada una de ellas estaba tan impotente como aquel primer día. Y como aquel primer día me dejaba llevar para conseguir una clave que me permitiese ayudarla. Sufría en silencio, como ella también lo hacía. 

Un día, me contó que se mudaría y que seguramente nuestras conversaciones serían cada vez menos frecuentes.

Dejar atrás a alguien con quien tienes una conexión. Las siguientes conversaciones procuraron no girar en torno a eso, como en espera de alguna alternativa.

Esta se presentó en medio de la mudanza. Tenía que cruzar el océano antes de cambiar de hogar. Era la oportunidad para finalmente romper la única barrera que quedaba, aunque a esa altura el vernos sonaba hasta redundante.

El final de esta historia no iba a ser idílico. No nos vimos. La razón, ya ni la recuerdo.

Ella se mudó. Y las conversaciones pasaron a ser cada vez más distantes en el tiempo, hasta que se extinguieron.

Algunas veces repaso las pistas para intentar reencontrarla y empezar de nuevo. 

Y para darle las gracias, por descubrirme "algunos pasillos donde el amor nunca ha estado".

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