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Colo Colo viajó a la Isla de Pascua y jugó contra la selección de la región. La goleada del Cacique fue lo de menos, porque el objetivo de la Federación chilena de promover el torneo se reflejó en un evento que incluso repercutió en Venezuela.
El equivalente de la Copa Chile es la Copa Venezuela. La competición otorga un boleto a la Copa Sudamericana al campeón y es vista como una alternativa para acceder rápidamente al escenario internacional. Sin embargo, el certamen aún no logra meterse en una posición de privilegio dentro del ambiente futbolístico nacional.
El proyecto inicial de incorporar a los equipos de las restantes divisiones del fútbol nacional fue abandonado con el paso de los años, dejando apenas un espacio para un grupo de conjuntos de la segunda división. Así, la oportunidad de ver a los equipos profesionales en localidades expectantes de un espectáculo fuera de la rutina quedó en el pasado.
La incorporación de dos juveniles en el campo es vista con buenos ojos, pero la meta de acortar su proceso de adaptación a la máxima competencia no se cumple del todo porque la Copa es lugar para probar variantes, usar jugadores no habituales y cumplir con la norma. Esto, a pesar de que en años anteriores, los juveniles han tenido papel protagónico en las definiciones coperas.
Uno de los principales enemigos que tiene el torneo es su escasa difusión. Planificado para un semestre del año mediáticamente ocupado, con partidos entre semana o que coinciden con las actuaciones de la selección nacional, sólo en las instancias decisivas llama la atención y lo hace particularmente en las zonas de influencia de los equipos involucrados.
El producto está allí. La Copa Venezuela quizá no tenga que ir a la Gran Sabana para generar un impacto, pero sí puede en ediciones venideras revisar su estructura, apuntar a fórmulas que permitan la participación de más equipos y que no sea una carga para los clubes de la primera división.
Esta columna fue publicada en "Líneas de fútbol" en el diario 2001, el 21 de septiembre de 2012.
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