La derrota que generó más emociones


Fue un carrusel de sensaciones. Las informaciones iban y venían, las confirmaciones eran pocas. La tranquilidad solo llegó cuando apareció esa bendita alineación. Mejor dicho, cuando terminó el partido.

Lo que se vivió puertas adentro, más allá de los nombres de los contagiados, quedará en el misterio. Sin embargo, alrededor de ellos todo un terremoto. Uno que desde la distancia de Venezuela o de la diáspora surgía con una combinación de fatalismo y molestia.

Las voces agoreras luego fueron equiparadas por las optimistas. El avión de los quince refuerzos, que pudieron ser dieciséis, parecía albergar la ilusión de sobreponerse al desorden, a la desorganización. Al aterrizar quería hacer olvidar la improvisación, que llevó a la mismísima Conmebol a alterar el reglamento del torneo.

Alineaciones probables circularon, también pronósticos oscuros. La realidad era la serenidad de Peseiro. La de quien siempre supo el alcance de lo que pasaba, con cuáles piezas contaba. Y cómo debía encajarlas para evitar el bochorno, sabedor de que era casi imposible algo que no fuese la derrota.

El país futbolero en vilo. Y el que no lo es, con el paso de las horas, también. Hace mucho tiempo que la Vinotinto no ocupaba en verdad la atención del venezolano. Los héroes desconocidos, exagerados quizá al ser tildados de inexpertos. Los renovadores de una imagen golpeada desde hace rato.

El resultado, hay que reiterar, estaba casi puesto de antemano. La misión era hacer lo mejor posible. En el primer tiempo así fue. En el segundo, hablando un poco de fútbol que se jugó un partido, el equipo se desordenó, se agotó, y Brasil apretó lo suficiente para ganar. Venezuela perdió y es última de grupo.

Tras el pitazo final se confirmó que hubo una conexión, una sensación de orgullo, una expresión de sentirse representados. Los viejos valores de la selección nacional, sembrados antes de esta época de redes sociales e indiscreta inmediatez asfixiante regresaron por unas horas.

Todos se sintieron satisfechos. Los optimistas a ultranza porque hubo un alarde de pundonor. Los que esperan el desastre porque un montón de eventos desafortunados culminaron con una goleada en contra. Los que no viven el día a día y se asomaron porque el show fue tal que era para engancharse.

Lo peor parece haber pasado, aunque con Venezuela nunca se sabe. El equipo que se juntó el mismo día del partido para hacerle cara al favorito ahora tendrá que enfrentar en menos de una semana al rival de toda la vida. 

Quedan tres juegos para alimentar las aspiraciones en la Copa América y a la vez hacer crecer un proceso que no para de ser castigado. También para que la gente siga creyendo.


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