Estadio Nacional, Lima, Perú

Señor Michuy. Ése era el nombre con el que se identificaba el vigilante de la puerta del acceso principal al estadio. Muy en la onda latinoamericana él, quería mandar más que sus jefes y no nos dejaba pasar. Luego de varias llamadas telefónicas a sus superiores, Michuy aceptó gustoso que pasáramos e incluso terminó siendo nuestro guía.

Por fuera, el lugar no dista mucho de sus similares venezolanos: alguna obra por terminar, un intento de arte moderno. Es a medida que vas entrando y conociendo que te das cuenta que sí tiene algo diferente.

Para llegar al campo no hubo que dar tantas vueltas, un corredor, dos minutos, una puerta que estaba abierta y listo, frente a nosotros el césped más importante del fútbol peruano, que consagró y condenó a tantos.

No se podía pisar porque, a pesar de que el sitio es usado más bien de vez en cuando, estaba en mantenimiento. Constante mantenimiento, como es habitual en un estadio que responda a ese nombre. Michuy señaló hacia donde va cada arco y explicó que los habían retirado por la misma labor de preservación.

Empezaron las fotos de rigor y el tour improvisado, exclusivo, por el principal escenario deportivo de Perú. Para entrar tocó hacer una gestión de varios días para conseguir el permiso de las autoridades del IDP -Instituto Peruano del Deporte-, dueño del recinto. El último obstáculo había sido el vigilante, quien ahora, con un llavero en su mano, nos conducía a espacios que, según sus palabras, son poco visitados.

Un piso de mármol, sillas, un estrado y dos pinturas, una a cada lado. El lugar en el que periódicamente se reúnen las autoridades deportivas del país. Al fondo un ascensor. El pasadizo hacia donde se ubican los poderosos del país vecino.

El palco presidencial. Amplio espacio, con sillones de cuero, una vista privilegiada hacia el campo, baño en inmejorables condiciones, una bandera roja-blanca-roja impecable. Un lugar al que el presidente de turno le da el uso que considere necesario, al punto que los ministros usan otro palco y éste se queda vacío, como lujoso testigo del espectáculo de turno.

Nos animamos a pedirle a Michuy, quien a esa altura ya había explicado que la torre que se yergue en la tribuna norte era la ubicación de las cabinas de radio en el Nacional original y que la placa conmemorativa de una de las peores tragedias del balompié mundial -ocurrida allí en 1964- fue retirada durante las obras del nuevo estadio, que nos mostrase los camerinos.

Bajamos de nuevo y el camerino de la selección peruana encendió sus luces para nosotros. Vestidores y duchas, luego trío de jacuzzis y en el fondo la sala de técnicos. Un equipo electrónico de última generación está allí, en standby, esperando el próximo partido, el próximo planteo táctico.

Al salir, nos encontramos con un corredor gobernado por una serie de placas. Cada uno de los países de América representado por su escudo nacional. El de Venezuela, último por orden alfabético, tenía una solitaria inscripción debajo, heredada del viejo Coloso de José Díaz, registrando la presencia de una selección nacional de tiempos en que el fútbol aún no era profesional en nuestra patria.

El anfitrión habló varias veces del partido venidero, del respeto que se ha ganado la selección vinotinto. Al terminar el recorrido me señaló el palco de prensa y me preguntó si iba a estar allí. El pensamiento no estaba en ese momento del futuro, sino en el presente, en la aspiración cumplida de conocer un pedazo de la historia antigua y moderna del fútbol sudamericano.

Algunas fotos del recorrido por el Nacional del Perú en Pinterest.

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